Akaryū no Tamashii
Alma del Dragón Escarlata
“Su fuego no quema… pero deja marcas en tu alma.”
Leyenda de Akaryū, el Dragón de los Tres Cielos
En las alturas ocultas del monte Kamihana, donde los cerezos nunca pierden su flor y la niebla habla con voz propia, nació Akaryū. Su cuerpo alargado, cubierto de escamas rojas, azules y doradas, surcaba el cielo sin alas, guiado solo por el deseo que ardía en su interior.
No era un dragón de conquista ni de destrucción. Era el guardián de los placeres callados, el reflejo de los anhelos no confesados. Quienes lo veían desde los valles no sabían si rezar, huir o rendirse a su presencia.
Durante siglos, fue símbolo de deseo puro, de goce sin culpa. Pero los clanes del orden antiguo no podían tolerarlo.
La batalla de los Tres Cielos
Tres facciones sagradas lo enfrentaron al amanecer del año olvidado:
El Clan del Espejo Helado, que castigaba el deseo visible.
La Secta del Agua Silenciosa, que negaba el contacto.
Los Monjes del Falo Blanco, que sellaban toda energía carnal.
Akaryū no los combatió con furia, sino con belleza. Voló entre nubes incandescentes, danzó entre rayos y brisas, y con cada giro su cuerpo liberaba estelas de placer suspendido en el aire.
Pero la batalla tenía precio. En un instante de descuido espiritual, la Gran Monja Castigadora alcanzó su núcleo vital y selló su centro de poder con un mordisco ceremonial. No murió. Pero su fuego físico, su expresión carnal… quedó sellada para siempre.
La reliquia sagrada
Desde entonces, Akaryū se manifiesta solo a quienes entienden que el deseo puede habitar en la contemplación. Su esencia fue capturada en esta pieza única, esculpida por artesanos que escuchan los susurros del monte Kamihana.
No vibra. No habla. Pero quienes lo colocan en su habitación… sienten que el aire se calienta a su alrededor.





